La necesidad de la deconstrucción

Muchas veces se habla de la deconstrucción: deconstruir algo suele significar el criticarlo y revisarlo. Para nosotras, significa algo más.

Según la RAE, deconstruir es «deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura». Según la filosofía, el término ‘deconstrucción’ se relaciona directamente con la estrategia filosófica de Jacques Derrida, que buscaba descomponer la metafísica occidental y analizar las estructuras sedimentadas en la sociedad.

El hecho de revaluar lo aprendido o lo impuesto por la sociedad es una de las mejores capacidades con las que contamos. Es un proceso largo y complejo, pero necesario. Todos hemos sido educados e incluso adoctrinados en una sociedad patriarcal y machista, y aunque cada día avanzamos, los micromachismos ahí se mantienen. El primer paso es ser consciente de estos procesos, y luego realizar un proceso de revisión de uno mismo.

Deconstruirse, para los hombres, y deconstruir la masculinidad hegemónica, no significa sólo pintarse las uñas, llamarse feminista o ponerse un ‘crop top’, ni tampoco significa dejar de ser duros y fuertes como se les exige a los hombres en la sociedad. Significa abrir la mente y estar dispuestos a aprender y a avanzar. Revisar y cuestionar todas las conductas patriarcales tóxicas que, de una forma u otra, están arraigadas y naturalizadas en el proceso de socialización.

Debemos además, buscar referentes que nos ayuden. Un buen ejemplo lo encontramos en la serie ‘Outlander’, con Jamie Fraser, uno de los protagonistas. Este personaje, muy bien construido con todos sus matices, pertenece a una sociedad altamente machista en la Escocia del siglo XVIII. Esto, por supuesto, afecta a su relación con Claire, mujer que viaja al pasado desde los años 40 (y que está mucho más avanzada en términos de feminismo, entre otras cosas). A pesar de la radicalidad de ambas sociedades, lo que permite que avancen en su relación y que él se deconstruya, es la escucha activa del ‘highlander’. Mediante la palabra, el entendimiento y la negociación, se conforma poco a poco una relación sana entre la pareja.

Outlander ©Netflix

Con esto queremos lanzar un mensaje cargado de optimismo y esperanza: todos tenemos la capacidad de abrir nuestras mentes y evolucionar, todos tenemos la capacidad y la oportunidad de deconstruirnos para construir, entre todos, una sociedad abanderada de la igualdad.

Artículo por Mar de Garrido.

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El rosa y el azul y su asociación con los géneros en la historia

Hace siglos, las mujeres vestían de azul y los hombres de rosa. El azul, ligado a la pureza y a la feminidad, era llevado por las damas, mientras que el rosa, que proviene del rojo sangre, era muy llevado por los hombres.

Empecemos por el principio. En estampas religiosas del renacimiento, muchas de las vírgenes vestían de azul, un color más ligado a la pureza, mientras que Jesús o los apóstoles vestían en tonos tierra o rosados.

El Cardenal (Rafael, 1510)

Hacia el siglo XVIII, la alta burguesía continuaba utilizando estos colores para cada género. El azul se consideraba un color delicado, ligado a la feminidad, mientras que el rosa era un color que recordaba al rojo sangre, asociado a la masculinidad, que se comenzó a utilizar para vestir a los hombres. Sin embargo, estos colores no se utilizaban para distinguir los géneros.

Retrato de Michał Kazimierz Ogiński (Anna Rosina de Gasc, 1755)
María Antonieta con una rosa (Elisabeth Louise Vigee Lebrun, 1783)

Antes de la I Guerra Mundial, los bebés vestían de blanco, sin diferenciación alguna. La primera diferenciación de estos colores atribuyéndose a género fue cuando la revista Earnshaw’s Infants’ Department publicó en 1918 la siguiente sentencia: “La regla generalmente aceptada es rosa para los chicos y azul para las chicas. La razón es que el rosa es un color más decidido y fuerte, más adecuado para los niños, mientras el azul, que es más delicado y refinado, es mejor para las niñas”.

María Teresa y Luis Carlos (año y autor desconocidos)

No fue hasta bien entrado el siglo XX, a partir de los años 40 y tras la II Guerra Mundial, cuando se invirtieron los roles de género del rosa y el azul. Los hombres comenzaron a vestir de azul por sus uniformes de guerra, color asociado al valor, al heroísmo y a la fuerza. También influyó que, durante la guerra, los nazis marcaran a los homosexuales con triángulos rosa, color asociado a la masculinidad hasta entonces. Finalmente, esta convención se asentó en los ochenta, con el auge de la publicidad y los nuevos medios, como la televisión en color.

Esta imposición se mantiene hoy en día, y aunque cada vez menos, la seguimos viendo, por ejemplo, en la tasa «rosa» de los productos para la higiene femenina, en los juguetes de niños, o en el símbolo del cáncer de mama. Aunque poco a poco, estemos deshaciéndonos de la imposición de estas asociaciones, queda mucho por recorrer.

Artículo por Mar de Garrido.

* imagen de portada: cuadro “Jesús entre los doctores” (Pablo Veronese, 1560)

¿Queremos volver a los pantalones de tiro bajo?

Hace poco más de un año dedicamos un artículo al auge de la estética ‘dosmilera’ y de la posibilidad de su éxito posterior, y razón no nos faltó: el ‘Y2K’ lleva ya muchos meses arrasando en todas las tiendas. La moda de esta época está conformada de muchos tipos de prendas y accesorios, pero hoy nos vamos a centrar en una concreta: los pantalones de tiro bajo, esa polémica prenda que muchas mujeres no quieren que vuelva.

Si echamos un vistazo al auge de estos pantalones nos encontramos con ‘celebrities’ como Paris Hilton, Britney Spears o Lindsay Lohan entre muchas otras: famosas con cuerpos delgados caracterizadas por tener el abdomen plano y extremidades muy finas.

Las décadas de los 90 y 00 estuvieron muy marcadas por la adopción un canon de belleza donde primaba la delgadez extrema, reafirmado por el apogeo de las revistas de prensa rosa que portaban imágenes de mujeres con cuerpos esqueléticos acompañados en muchas ocasiones de pantalones de tiro bajo.

Hoy en día, la sociedad está comenzando a superar esta imposición de cánones absurdos que en lo único que han ayudado es en el aumento de muchos trastornos de conducta alimentaria, sobre todo, en la población femenina.

Nos preguntamos ahora, ¿qué tendrá que ver todo esto con un simple pantalón? La respuesta está en que el vaquero de tiro bajo ha significado un instrumento de tortura para millones de mujeres quienes se sentían muy inseguras al lucir su abdomen, preocupadas por entrar en el absurdo canon. Hace unos días preguntamos a unas cuantas amigas su opinión sobre la vuelta de esta controvertida prenda de ropa, y sus testimonios fueron de lo más interesantes:

«Yo creo que la gente se seguiría sintiendo incómoda porque creo que las tías seguimos teniendo mucha presión con nuestro cuerpo y con estar delgadas y esos pantalones al final están hechos con la idea de lucir un abdomen plano. Representa una especie de atraso»

«A mi me encanta como le queda a Bella Hadid, pero es que todas no tenemos ese cuerpo» 

«Yo creo que no hay prendas hechas para todos los tipos de cuerpos, pero ahí ya entra la seguridad de la persona a llevar cualquier prenda y de su actitud»

¿Es verdad esto? ¿No están estos pantalones hechos para todos los cuerpos? ¿No hemos superado aún el vincular cualquier prenda de ropa con un cuerpo determinado? La respuesta a todas estas preguntas se encuentra en la confección de la prenda. En los vaqueros de tiro bajo la altura queda justo en la cadera, haciendo que la única manera de sujetarlo sea quedando ajustado, por lo que, además de ser algo incómodos, es fácil que se formen pliegues en la piel (si no eres Bella Hadid o Kendall Jenner). Es por ello por lo que muchas veces nos sentimos inseguras llevando este tipo de pantalón tan complicado de encajar.

Aunque ahora el tiro bajo no tiene por qué llevarse tan ajustado como el que se estilaba en los 2000, lo que no queremos es caer en una tendencia que sólo vaya a ser socialmente aceptada si es llevada por personas delgadas. Debemos pues, deconstruir la moda y las tendencias pudiendo recoger todo tipo de cuerpos en las mismas. Que la moda no sea excluyente.

Artículo por Sara Arbelaez.